Pensábamos que sólo era un virus respiratorio
A finales de enero, cuando los hospitales de Estados Unidos confirmaron la presencia del nuevo coronavirus, los trabajadores sanitarios sabían que debían estar atentos precisamente a tres síntomas: fiebre, tos y dificultad para respirar. Pero a medida que aumentaba el número de infecciones, la lista de síntomas empezó a crecer. Algunos pacientes perdieron el sentido del olfato y del gusto. Algunos tenían náuseas o diarrea. Algunos tuvieron arritmias o incluso infartos. Algunos tenían los riñones o el hígado dañados. Algunos tuvieron dolores de cabeza, coágulos de sangre, erupciones cutáneas, hinchazón o derrames cerebrales. Muchos no tenían ningún síntoma.
En junio, los médicos estaban intercambiando artículos de revistas, noticias y tweets en los que se describían más de tres docenas de formas en las que parece manifestarse el COVID-19, la enfermedad que causa el coronavirus. Ahora, investigadores de la Universidad de California en San Francisco y de todo el mundo han empezado a examinar más de cerca este vertiginoso conjunto de síntomas para llegar a las causas profundas de la enfermedad. Están aprendiendo de personas dentro y fuera del hospital; personas al borde de la muerte y sólo ligeramente enfermas; personas recién expuestas y recuperadas; personas jóvenes y mayores, negras, morenas y blancas. Y están empezando a reconstruir la historia de un virus distinto a todos los conocidos hasta ahora.